Mi primera vez en un todo incluido
Los hoteles en régimen de Todo Incluido ofrecen planes y propuestas para todo tipo de viajeros
Los niños y jóvenes que acuden de vacaciones con sus padres a alguno de los hoteles en Playa Paraíso de Iberostar ya pueden disfrutar de las más de 140 actividades reservadas para ellos en el nuevo programa Star Camp, una fórmula de animación que combina entretenimiento y valores, y que, además de hacer que lo pasen en grande, les ayuda a descubrir sus talentos.
Porque (lo mires como lo mires) es mucho más fácil (y todo sale mejor)
La razón primera y principal por la que cambié de bando es esta: viajar a un Todo Incluido lo hace todo más sencillo. Garantizado. Normalmente, cuando estás planeando un viaje rastreas en buscadores, metabuscadores y la madre de todos los buscadores, a la caza de la mejor combinación de vuelo, hotel y traslados. Cierras, vuelves a abrir el explorador. Apagas, reinicias, lo intentas otro día haciendo conjeturas de cuándo la otra parte del mundo está durmiendo y a nadie se le ocurre comprar un vuelo o reservar una hotel en Puerto Plata para que baje la demanda.
Y luego están las cuestiones presupuestarias. Haces cuentas en servilletas, en folios, en Excels… Comidas, transporte, alojamiento, actividades, bebidas etc. planeando al milímetro lo que te vas a gastar y dejando poco espacio a la improvisación, al dejarse llevar cuando algún factor inesperado irrumpe en las vacaciones. Los caprichos, arrebatos y cambios de opinión de última hora no tienen consecuencias negativas en un Todo Incluido. Aquí se puede hacer eso y mucho más, decir aquello de “póngalo todo en mi cuenta” sin tapujos, siendo lo que me voy a gastar lo único previsible en mi viaje.
Porque ahora soy de bañador y pareo (literal)
Ir a la playa ha sido siempre un ejercicio de sesudo análisis vacacional, de decisiones importantes diarias y un nido de conflictos conyugales. ¿Qué me llevo? ¿bañador, biquini? ¿Sombrilla, hamaca? Ya no es problema porque bajo con lo puesto, (sea lo que sea), y me tumbo cual Beyoncé (pero sin paparazzi). Y pido mi zumo de frutas natural a media mañana y mi expreso humeante y delicioso después de comer. Todo ello sin necesidad de llenar mi bolsa de “por si acasos” y complementos superfluos ni preocuparme de ninguno de ellos cuando me meto en el Caribe. Porque claro, esa es otra, esto es el azulísimo, paradisiaco e impresionante Mar Caribe.
Por todos los libros de mi wish list
Poner el off, guardar la hiperactividad en el cajón y sacar de él, a cambio, un libro detrás de otro. Aquí no hay que preocuparse por nada, ni por dónde comes ni tienes que improvisar planes. Tras mi conversión soy más feliz, porque en vacaciones aprovecho para ponerme al día con todos esos títulos que tengo pendientes; hago (con gusto) mis ‘deberes’ literarios e, incluso, escribo, a la sombra de estos jardines tropicales bajo los cuales es imposible no inspirarse ni hacer volar a la mente. Vamos, que es un planazo con todas las letras: P-L-A-N-A-Z-O.
Porque aquí los niños están en su propio mundo
Diminutos, gateadores, correcaminos o adolescentes… da igual los años que tengan, lo que les guste o lo que busquen, aquí lo tienen todo: sus columpios, sus piscinas, sus talleres de deporte, de pintura, sus actividades a la hora de la siesta, sus actuaciones por el día y por la noche y hasta su propia zona y menú en el restaurante. Luego, por supuesto, hay que añadir los amigos que conocen cada día, los nuevos juegos que aprenden y -Thank God!- el milagro casi imposible de hacerlos desconectar de la tecnología aunque sea por un rato: los hoteles Todo Incluido para familias es un plan perfecto para ellos y, por qué no reconocerlo, para las parejas o grupos que vienen sin ellos.
Porque aparco el coche
Me paso el año entero metida en atascos; de casa al trabajo y del trabajo a casa. Y las compras, y los recados… y en vacaciones lo último que me apetece es conducir como trámite para todas estas cosas. Desde que viajo a hoteles todo incluido de este tipo no conduzco en verano; salvo para recorrer carreteras bonitas, hacer una excursión o descapotarme por gusto. Aquí tengo todo a un paso: la playa, la piscina, las tiendas, los restaurantes... De hecho, es tal mi desconexión, que desde que viajo en estas condiciones me ‘cuesta’ acostumbrarme al volante, las prisas y los parquímetros a mi regreso.
Por el desayuno
Es una de las grandes fantasías de alojarse en un hotel todo incluido: saltar de la cama y bajar a un buffet de desayuno delicioso para empezar el día como Dios manda. Coger un plato y empezar a pasear entre las estaciones colocadas como si fueran un escaparate para ver qué toca esa mañana: tortitas con chocolate, huevos de todas las maneras que se pueden llegar a cocinar, quesos, embutidos, repostería recién hecha; mangos, papayas, piñas y frutas tropicales que ni siquiera conozco (como el jobo, el rambután, el cajuil...).
Está ahí cada mañana; pero también a la hora de la comida, con ensaladas, pastas, carnes… y de la merienda, con pastas y canapés. Y sin necesidad de buscar en guías, hacer reservas ni salir fuera del hotel. Fácil, cómodo y delicioso. ¿Qué más se puede pedir?
Por viajar dentro del resort
Tapas, sushi, pizza, tacos… son el ABC de los platos que pides cuando sales a cenar a un restaurante o, incluso, cuando la gula y la pereza te hace tirar de un tele-lo-que-sea. Dentro de un hotel Todo Incluido puedo continuar con esta sana costumbre: cada noche voy a uno diferente, con un tipo de comida diferente, un ambiente diferente y una decoración diferente. Elijo según cómo me levante de la siesta, según cómo esté la luna o según las ganas que tenga de bailar. Pero sin echar de menos nada.
Porque yo, como Gwyneth...
Que si “ay, cómo me gustaría probar el stand up paddle como Gwyneth Paltrow”, que si “qué divertido el kayak”. Que si “mira la pista de tenis”; que si “qué bonito el yoga al amanecer en el Caribe”... hacer deporte en vacaciones es una realidad muy apetitosa. Y más si el gusanillo pica y tengo la posibilidad de iniciarme en algo nuevo, en esa actividad que siempre me había apetecido pero nunca había tenido la oportunidad tan cerca. Porque hoy, y aquí, es el mejor día para que sea el primer día.
Porque no es una jaula
La última razón que acabó por convertirme por completo es que si con mi pulsera puedo disfrutar de todo lo que tengo dentro del hotel, también puedo hacer muchas otras cosas en el destino. Y eso es lo que hice en este idílico paraje dominicano. Un día subí en el teleférico al Monte Isabel de Torres, con su gran estatua del Cristo redentor (os recomiendo hacerlo mejor a primera hora de la mañana). Otro día, me dediqué a pasear por las calles de la ciudad y admirar las casas victorianas de estilo 'gingerbread' mientras los simpáticos vecinos me desvelaban secretos como que estas construcciones son las que mejor están conservadas de este estilo en todo el Caribe.
Una tarde visité la Fortaleza colonial de San Felipe y después me despedí del día en el malecón, donde contemplé uno de los mejores atardeceres de mi vida. Y, por supuesto, aproveché para perderme –sí, también en pareo- por las fascinantes playas que rodean este complejo. ¿Mis preferidas? Sosúa, Playa Dorada, Maimón, Cafemba, Playa Grande y Cabarete. Una sensación de libertad total que me acabó por conquistar y que me hizo entender que el hecho de llevar una pulsera no implica llevar unas esposas.