No es Noruega, es Montenegro Kotor, el fiordo soleado
La costa de Montenegro parece estar trazada con tiralíneas, como si la naturaleza hubiera actuado con escuadra y cartabón. Y, sin embargo, de repente, el Adriático hace un requiebro a la lógica y se cuela juguetón entre los Alpes Dináricos para dibujar paisajes radicalmente bellos y llenos de contrastes donde la distancia entre el cielo y el agua se mide en cumbres. Un fiordo único en la cuenca mediterránea en la que el hombre ha intervenido con buen gusto y ha creado pueblos, ciudades y monasterios abrumados por las laderas y donde se asientan algunos de los hoteles más exquisitos de toda Europa. No en vano, esta fusión natural-cultural-histórica la ha hecho ser Patrimonio Mundial por la UNESCO. Esto es Kotor, el paraíso balcánico definitivo.
Montenegro, conocido como la Perla del Mediterráneo, es un país único en muchos sentidos. Bañado por las aguas del mar Adriático, esta tierra enmarcada en los Balcanes encierra incontables alicientes para cautivar al viajero. La lista es inagotable, y comprende parajes naturales, recoletas playas, frondosos bosques, lagos cristalinos, ríos, cañones y magníficas montañas, perfectas para descubrir durante tus escapadas románticas o tus vacaciones de verano. Y para que puedas comprobarlo por ti mismo/a, Iberostar Hotels & Resorts pone a tu alcance los mejores hoteles Montenegro.
Las coquetas ciudades que salpican los recodos de la bahía tienen un denominador común: su estética veneciana. Este imperio marítimo utilizó esta anomalía orográfica como astillero y base naval; fortificó las localidades de arriba a abajo. Los palacios, callejuelas y fortificaciones de la capital, Kotor, evocan los de Dubrovnik, al menos en esa combinación cromática de tejados naranja, piedras ocre y agua turquesa. Aquí siguen reinando los baluartes de piedra blanca. Las murallas épicas que, al coronarlas en busca de una foto perfecta con la que triunfar en Instagram, ofrecen una vista incomparable del lugar, al igual que los palacetes que ahora albergan riquísimos restaurantes.
En Kotor, tarde o temprano los pasos del viajero le guían hasta la catedral de San Trifón, un antiquísimo templo milenario (data del siglo IX) de estilo románico que poco a poco ha ido ampliando sus torres para mostrar su poderío. Es muy difícil no invertir unos largos minutos en asombrarse por su magnificencia. No obstante, el recorrido sigue por otros edificios sobresalientes como la catedral ortodoxa, más moderna y fría, la Iglesia de Nuestros Remedios o el Museo Marítimo, un espacio divulgativo situado en un viejo palazzo que repasa la importancia naval del fiordo a lo largo de diversas épocas.
La gloria veneciana no solo se ofrece en grandes porciones. Y el mejor ejemplo de ello es Perast, un pueblecito encantador donde sus 350 habitantes viven entre mansiones barrocas e iglesias puntiagudas. La principal causa de esta alta densidad de patrimonio surge de su carácter fronterizo, ya que entre los siglos XVII y XVIII el imperio veneciano incentivó su grandeza e hizo nobles a los burgueses creando una nueva clase social, de nombre, Casadas. De ahí que las residencias de las familias Sestokrilovic, Bujovic (que alberga un museo local) o Balovic no tengan nada que envidiar a las construcciones del norte de Italia. Eso sí, su icono es la iglesia de San Nicolás, una catedral de San Marcos a escala y sin terminar cuyo campanario asoma entre los tejados anaranjados. Tanto monumento ensancha este pueblito que, cuando no embruja con su patrimonio, lo hace con sus flores, su ribera y sus callejones. Parecen un decorado más de Juego de Tronos.
Su edificio más monumental es el Palacio Smekja, en el centro de la parte costera de la villa, que ahora alberga el hotel Iberostar Heritage Grand Perast. El palacio consta de dos partes: la más antigua, cuya construcción se inició en 1764, se encuentra entre la carretera que recorre la costa y la antigua carretera. La más reciente se inició al tiempo que la antigua, pero no se completó hasta los años treinta del siglo XX.
El palacio Smekja es el más grande del sosegado pueblo de Perast. Comenzó a edificarse en 1764 utilizando exclusivamente sillares procedentes de la cantera más codiciada de todo el Imperio Veneciano: la isla de Korčula. Consta de una planta baja, dos niveles superiores y un mirador. El nivel del primer piso tiene una gran terraza a lo largo de toda la fachada; en el segundo y tercer piso hay numerosos balcones con balaustrada. La parte de entrada del Palacio recibe a los visitantes con las insignias heráldicas de la familia Smekja, propietaria e impulsora de su construcción: una mano que sostiene el tallo de una planta ("čičimak") con estrellas. La parte nueva del Palacio se completó en 1936. Se utilizó como modelo la planta baja y el primer piso, ya existentes, siguiendo el mismo estilo y con los mismos materiales.
Como si no se conformara con embellecer la costa, Perast también llenó de joyas venecianas el agua mediante dos espectaculares islas. La primera es la de Nuestra Señora de las Rocas, una ínsula artificial poblada por una preciosa iglesia que se ha convertido en una de las excursiones más atractivas de este rincón de la bahía. La otra, la de San Jorge, está poblada por un monasterio homónimo que no es visitable pero cuya estampa desde el agua es hipnótica. Atracar en sus improvisados muelles o simplemente rodear su perímetro sobre las azulísimas aguas hacen que la pequeña travesía se transforme en un verano soñado.
Pese a ser un destino poco conocido, Perast acoge el conjunto de arquitectura barroca mejor conservado del Adriático. Este rosario de bellísimas construcciones incluye cerca de una veintena de palacios y otras tantas iglesias católicas y ortodoxas. Incluso, el hotel Iberostar Heritage Grand Perast también corresponde a esa época.
Tivat es actualmente la ciudad más capitalina de este paisaje. Su puerto náutico es el más importante (llamado Porto Montenegro) y en sus límites se encuentra el único aeropuerto de la bahía. Merece la pena perderse por sus muelles, asombrarse con los yates que aquí atracan seducidos por su belleza, bien acompañados por los espectaculares edificios que desfilan por la línea costera. Esta vista le han hecho ganarse el sobrenombre de la “Mónaco de Montenegro”. Y es que cada rincón destila la sofisticación y tranquilidad necesaria para pasar una tarde a lo Grace Kelly... pero sin paparazzis.
Ubicada muy cerca del Mar Adriático, Herceg Novi tiene cierta alma tropical que mezcla muy bien con los rasgos estéticos de esta bahía. Como sucede con el resto de las localidades, aquí el descanso y el relax se maridan con paseos culturales que se adentran en la ciudad. Es muy difícil resistirse al encanto del monasterio Savina, un conjunto ecuménico que guarda tres iglesias donde sorprenden sus frescos y sus iconostasios. Otros imprescindibles son sus callejuelas de aspecto marmóreo como Stari Grad, el baluarte Forte Mare o la fortaleza Kanli-Kula, un espacio que se transforma en escenario al aire libre en los meses más soleados. Es decir, en casi todos.
Desde el hotel Herceg Novi de Iberostar puedes contemplar uno de los mayores símbolos de Montenegro, el monte de Lovcen, donde nació la dinastía Petrovic y que es además Parque Nacional.
Aunque se encuentra ya en la costa adriática, visitar la Blue Grotto es una de las excursiones más espectaculares y cercanas que se pueden hacer desde las bocas de Kotor. Se trata de una curiosidad orográfica en forma de cueva marina que se puede cruzar de muchas formas diferentes: nadando, en barco, en kayak o incluso haciendo snorkel. El juego de luces, colores y formas hacen de este paraje un auténtico caleidoscopio de azules. Comparándolo con Capri, aquí disfrutamos de menos algarabía y mucha más naturaleza.
Atarse las botas y subir cualquiera de las montañas que dominan este fiordo garantiza dos cosas: unas vistas únicas y una jornada de turismo activo de lo más reconfortante, y más si se tiene en cuenta las miles de formas de relajarse que esperan después en el hotel. La panorámica perfecta se obtiene al coronar las murallas y el castillo de Kotor y seguir ascendiendo por el sendero hasta llegar al Parque Nacional de Lovcen, un paraje que también tiene mucha simbología al albergar el mausoleo del poeta y legislador Pedro II de Montenegro, uno de los grandes pensadores del país. Una expedición que es un fantástico 2x1 de naturaleza espectacular y cultura sobrecogedora.
Risan
Aunque no mantiene la uniformidad y la esencia veneciana del resto de las urbes, Risan puede presumir de ser el primer enclave habitado a orillas de la bahía. De ahí que sus principales encantos sean arqueológicos, como el yacimiento prehistórico de Lipci, perteneciente a la Edad de Bronce o los mosaicos romanos que se recuperaron de una antigua villa. Además de estos hallazgos, recorrer la calle Gabela y visitar las iglesias ortodoxas de San Pedro y Pablo y del Arcángel Miguel completan una escapadita de lo más Indiana Jones.